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DESCANSA

PERSONAJES:

 

LUCRECIA: mujer de 35 años, hija de Marta.

MARTA: mujer de 62 años, madre de Lucrecia.

X: puede ser una voz femenina. Es lenguaje, sonido y corporalidad. Ni Lucrecia, ni Marta la ven. Lucrecia la escucha.

FRAGMENTO

(Para solicitar el texto completo: clic aquí).

ESCENA 1

 

Un baño amplio y limpio. La puerta del baño está cerrada. 

Lucrecia está sentada sobre la tapa del inodoro. No se le notan sus 35 años. Lleva el camisón puesto. Sus piernas largas y flacas están abiertas y rodean el inodoro hacia atrás, tiene la cadera levemente hacia adelante. No sonríe. En el piso, al lado del inodoro hay una taza y un blister de misoprostol.

Lucrecia mueve levemente el dedo índice sobre el inodoro, escucha el ritmo que marca su dedo.

Afuera del baño, sentada en un banquito frente a la puerta, está Marta de 62 años. También es morena con el pelo oscuro y rasgos fuertes. Viste un pantalón y una blusa.

MARTA: (Lee). Fallece Teresa Raquel Castellano mujer de Vizcaíno, ¡Teresa Castellano! (se persigna). A los 57 años de edad… ¿A los 57 años? ¡Qué joven! Debe haber estado enferma. El cáncer nos va a matar a todos, yo sé lo que te digo. (Volviendo al diario). Teresa, la mujer de José Vizcaíno, los del almacén en la calle Necochea ¿Te acordás? Pobre, tan joven. ¿Su hijo, el mayor, no se hizo dentista? Y ahora, no sé qué van a hacer con el almacén, porque José sólo no va a poder. Creo que tienen una hija más chica que el dentista, tal vez ella empieza a ayudar al padre. No sé, me imagino. Teresa, ¿qué le habrá pasado? No me enteré que estuviera enferma. Ojalá haya sido un paro, la forma más rápida de estirar la pata. (Toca la puerta del baño). Lucrecia…Lucrecia…

LUCRECIA: Ocupado.

MARTA: Ya sé nena.

LUCRECIA: Entonces esperá.

(Marta vuelve al diario, lee.

Lucrecia mira hacia adelante, abstraída. Mueve levemente el dedo índice sobre el inodoro).

X: Pensalo bien…pensalo bien.

LUCRECIA: Lo tengo bien pensado.

X: No parece.

LUCRECIA: ¡Callate!

X: ¿Por qué te callas?

LUCRECIA: ¿Qué?

X: Decí todo lo que tengas para decirte. Dale, no queda mucho tiempo.

LUCRECIA: ¿Cómo?

X: Una hora para la última dosis. Dale… ¡Dale!

LUCRECIA: No tengo más nada para decirme.

X: No estés tan segura de eso.

LUCRECIA: Ya me escuché lo suficiente.

 X: Sí, seguro.

LUCRECIA: (En susurro). Tranquila Lucrecia.

X: (Corta el sonido de golpes). ¿Leíste en el prospecto cómo será todo después?

LUCRECIA: ¿Después cuándo?

X: Cuando termine todo esto.

LUCRECIA: No dice.

X: Imaginalo.

LUCRECIA: No me lo imagino.

X: Algo debes imaginar.

LUCRECIA: Me imagino tantas cosas, que al final no me imagino nada.

X: Primero caliente y después frío.

LUCRECIA: No.

X: En el momento exacto, va a ser fuego. Rojo, escurridizo, caliente…

LUCRECIA: (Interrumpe). No

X: ¿Qué querés?

(Silencio).

LUCRECIA: Quiero comer una barra de chocolate en rama y no terminar en el baño devolviéndosela al inodoro. Comerme un brownie con crema y frutillas…y antes comerme el pollo con papas al horno que ayer apenas pude probar. Sí, me quiero comer todo ese pollo a la calabresa…Y después pasarle el pan hasta dejar la bandeja limpia. Quiero ponerme el perfume que uso siempre sin que me dé asco, quiero dejar de dormir como una morsa y sobre todo quiero que me pare un poco la cabeza. La cabeza no me da respiro, tengo los ojos desorbitados de tanto pensar.

X: Es que no se respira con la cabeza y no se piensa con los ojos. Vos deberías…

LUCRECIA: (Interrumpiendo) ¡Yo no debería nada!

(X repite en eco “vos deberías”).

 

MARTA: No puedo entender qué hacés tanto tiempo ahí metida.

LUCRECIA: (A Marta). Dejame ir al baño tranquila. (A X). Basta por favor.

X: (Corta el eco). Imposible. ¿Ya sentís algo?

LUCRECIA: No.

X: Algo sentís.

LUCRECIA: Hace seis semanas que siento demasiado. Parece que acá la emoción es la vedette. Me ahoga, ahoga mis pensamientos con su cuota de incomprensión.

X: La emoción trata de ahogar los pensamientos incomprensibles.

LUCRECIA: ¿Qué?

X: ¿Qué qué?

LUCRECIA: ¿Qué pensamientos incomprensibles?

X: Por ejemplo éste, que se te ocurrió ahora.

LUCRECIA: No se me ocurrió ahora. Yo no estoy improvisando nada.

X: No entendés porque no sentís.

LUCRECIA: Te aseguro que siento todo demasiado.

MARTA: Nena, ¿vos te sentís bien?

LUCRECIA: Si.

MARTA: ¿Pensas tenerme mucho más de portera? ¿Qué estás haciendo? ¿Estás mareada? Si estás con muchos vómitos corres riesgo de deshidratarte. Te hago un té. (Sale).

X: ¿Estás descompuesta?

LUCRECIA: …

X: Estas con pérdidas.

LUCRECIA: Son pequeñas.

X: Estas a tiempo de detenerte.

LUCRECIA: ¿Seguro?

X: Tenés que ir a un hospital.

LUCRECIA: No necesariamente.

X: Mejor que vayas, por vos.

MARTA: (Desde la cocina). Ya casi está el té.

LUCRECIA: No voy a salir.

MARTA: Te lo llevo. 

LUCRECIA: No seas ridícula. No voy a tomar el té adentro del baño.

MARTA: Vos sos la ridícula que me invita a su casa y me atiende en el baño.

LUCRECIA: Yo no te invité. Y no quiero tomar nada.

MARTA: Te estás deshidratando.

LUCRECIA: No me estoy deshidratando.

MARTA: ¿Cuántas veces vomitaste? (Entrando con una caja antigua y el té).

LUCRECIA: Ninguna.

MARTA: A mí no me mentís.

LUCRECIA: No vomité.

MARTA: (Dejando la caja de galletas en el piso). Si no vomitaste, abrís la puerta y me explicás qué te pasa o llamo a un médico. (Sostiene la taza en la mano).

LUCRECIA: Dejá de fabular tragedias.

X: Llamá a un médico.

LUCRECIA: No.

X: Lo vas a necesitar. Ni siquiera te cuidas a vos misma.

MARTA: ¿Querés que llame a Lidia?

LUCRECIA: Ni me la nombres.

MARTA: ¿Y ahora qué te pasa con Lidia? Si no es a ella, llamo a la guardia.

LUCRECIA: Lidia nunca entendió el temita ese del secreto profesional. Esa, no me vuelve a revisar ni los dedos de los pies. Así que ni se te ocurra llamarla. Y a la guardia, ¿qué pensas decirle? “Solicito una ambulancia porque mi hija está en el baño, habla y demuestra todos los signos vitales pero por las dudas, vengan” ¿Sabés qué te van a responder? “Señora, si tiene tanta urgencia váyase a cagar a otro baño”.

X: (Risa). Así, no se va a ir nunca.

LUCRECIA: (A Marta). Quedate tranquila mamá, estoy bien.

MARTA: Mejor lo llamo a Guitierrez que vive acá nomas, en Alsina y Vicente Lopez. Seguro viene.

LUCRECIA: Es domingo, mamá.

MARTA: Hay confianza con él, me aprecia mucho. Le cuento la situación, le digo que no te sentís bien y viene a verte.

LUCRECIA: Es tú médico, no el mío.

MARTA: Es mi médico pero me hizo parirte.

LUCRECIA: ¿Eso qué tiene que ver?

MARTA: ¿De cuánto estas exactamente? Así le digo…tal vez nos hace ir al hospital.

LUCRECIA: Llamalo si querés, pero llamalo para vos e internate vos.

MARTA: (Se sienta en el banquito. Silencio). Si fueses otro tipo de hija creería que te estás maquillando o haciéndote el color en el pelo, pero ya sé que todo eso está desterrado de tu vida.

LUCRECIA: No empieces.

MARTA: (Tomando el té). Desde chiquita esa costumbre de encerrarte. Como si fuese tu bunker para protegerte de no sé qué o quién…Siempre tan seria, siempre tan callada, siempre jugando sola. Una vez, cuando tenías cinco años más o menos, le pregunté a Gutierrez, el doctor, si era normal que me haya salido una hija así. (Ríe). Se quedó un silencio, pensando la ridiculez que le había preguntado. Él te miró y vos le lanzaste una mirada fulminante, seria, nada de niña buena. Ahí Gutierrez largó una carcajada y me dijo: “los hijos son como son”. Nunca más me lo olvidé, nunca más. Cuando entraba en crisis me lo repetía para adentro. Entraba en crisis muy seguido, porque no entendía nada, no sabía qué hacer con vos, y tu papá menos. Nuestro único momento de paz era cuando te acostabas con la cabeza apoyada en mi pecho. Acá (Se acaricia el pecho). Y te cantaba “canción de cuna”. Así nos quedábamos dormidas, juntas. Sólo en el sueño llegaba el alivio. (Silencio. Mira el té vacío).

(...)

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